Mariana Martínez (Marianne von Martínez, Viena 1744-1812).
Si uno no busca las cimas más altas, la vida y la trayectoria de Mariana Martínez ofrecen un panorama esplendoroso, una de esas figuras básicas para su entorno artístico. Pero la historia está más cerca del basurero que de un razonable anaquel, cuanto más se tira más manejable parece.

Mariana era hija de Nicolás Martínez, quien se estableció en Viena tras una estancia napolitana, presumiblemente como consecuencia de la toma de partido a favor del archiduque Carlos en la guerra de Sucesión. Marc Honegger, en su diccionario de compositores, se indigna ante el intento de españolizar a "Marianne" de la que dice que ni su padre, el napolitano Niccolo, era español. Ruiz Tarazona, por su parte, autor de la reseña biográfica más sustanciosa de la hispano-austriaca, no duda de la españolidad de Nicolás, que sería gentilhombre del nuncio del Papa en la Corte de María Teresa. Nicolás establecería una relación intensa -con los años casi familiar- con Metastasio, el gran poeta, y esta relación marcaría el destino de Mariana.



Metastasio se hizo cargo de la formación de la niña e hizo que recibiera clases de música de Porpora, Hasse e incluso del joven Haydn (1732), 12 años mayor que Mariana, que vivió en sus primeros años vieneses en la misma casa y dio lecciones a la que sería gran amiga el resto de su vida. Con los años, Mariana terminó siendo amante de Metastasio (pese a una diferencia de edad de 40 años) y se convirtió en la última de las tres Marianas que cubrieron la vida sentimental del poeta. Posteriormente, la familia Martínez heredó una importante fortuna del poeta que gestionaron ella y su hermana y que contribuyó a que desarrollaran una importante vida social en Viena.

Mariana destacó muy joven como extraordinaria cantante y notable intérprete de teclado y, con los años, su dedicación a la composición terminó convirtiéndose en actividad de importancia hasta el punto de que se le conocen más de doscientas obras, misas, cantatas, música instrumental y obra para clave y pianoforte. Dada su actividad en la Viena que estaba forjando el clasicismo, se relacionó con los nombres más ilustres de su época y de toda la historia de la música. Coincidió con Mozart, 12 años más joven que ella, y ya en la década de los ochenta, cuando Mariana abrió su salón, uno de los más célebres de la capital imperial, hay testimonios de que tocaron el piano a cuatro manos. Se dice que también coincidió con Beethoven, lo que resultaría casi inevitable cuando el futuro sordo irrumpió como un torrente en la última década del siglo XVIII en la capital austriaca.

En 1790, Mariana abrió una escuela de canto de la que salieron algunas de las más grandes voces de su época. Fue miembro de honor de la Academia Filarmónica de Bolonia y doctor honoris causa en Pavia. En suma, vivió la mayor transformación musical de la historia en el epicentro del fenómeno, en estrecho contacto con las más grandes y célebres personalidades y fue apreciada y valorada profesionalmente. Sólo la posteridad ha faltado a la cita del reconocimiento. ¿Cuál es la razón?

Su música, obviamente, no aguanta la comparación con Mozart ni apenas con Haydn, pero ¿qué defecto es ése? En esos años se estaba forjando un lenguaje, lo que implica ensayos reiterativos sobre fórmulas similares. El clasicismo está lleno de elementos decorativos y simples (¿rococó, estilo galante?) que parecen haber quedado emparedados entre la grandiosidad del último barroco y el drama romántico. De hecho, tres cuartas partes de la obra de Haydn apenas se escucha y el Mozart camerístico que no corresponde a sus últimos años a veces tiene que pedir perdón, ¿de qué nos extrañamos, pues, por una música amable, fina y bien ajustada, como es la de Mariana?

Sea como fuere, ha tenido pocos defensores en el devenir histórico; y entre los pocos destacan los españoles, empeñados (por rachas) en defender la cuota de españolidad de una compositora que se llamaba Martínez. Su nombre aparece en diccionarios de músicos españoles pese a la evidencia de que ni pisó España ni habló su idioma. Y de vez en cuando algún francés (Honegger) nos regaña.

Pero si su hispanidad es apenas una hipótesis sugerente, quedan las mujeres para reivindicarla. Ellas sí pueden considerarla una compatriota y proponer (desde la revisión crítica feminista) algunas razones de por qué su música tranquila, equilibrada y libre de la pulsión neurótica de hacer historia, no es simplemente una música de segunda fila sino una obra representativa de una sensibilidad diferente a la del canon masculino dominante. Una música que fue apreciada en su época por los mejores compositores de todos los tiempos y que, lamentablemente, la presión posterior hacia una historia darwinista y masculinizante ha arrojado a los márgenes.

Fuente: Jorge Fernández Guerra , El PAIS.

1 Comentarios

Anónimo ha dicho que…
¿me podrias facilitar el catalogo con sus composiciones ? gracias